Cuando pensamos en marketing, siempre nos vienen a la cabeza grandes empresas fabricando retorcidas e ingeniosas estrategias para conseguir que sus clientes vayan en masa a consumir sus productos o servicios. Y aunque es verdad que todas las empresas, incluyendo las grandes corporaciones, utilizan todas las técnicas de mercadeo que tienen a su alcance, también es cierto que el marketing está presente en gran parte de nuestras actividades diarias.
Desde que los seres humanos, en sus inicios, tuvieron la necesidad de convencer a sus compañeros para realizar una acción determinada, comenzaron a usar, sin saberlo, el marketing. Cada vez que comunicamos una idea, la mercadotecnia está presente. Y, aunque no lo hacemos de forma consciente, desde que somos pequeños comenzamos a aprender todas estas técnicas, con el afán de conseguir una acción que nos interesa.
¿Acaso no hemos visto algunos niños, tan persuasivos, que consiguen que sus padres, abuelos, tíos, o en general adulto que está a su cargo, les compren lo que quieren, o los lleven a donde les apetece? Parece que tienen un talento innato para convencer a los demás, pero en realidad, han desarrollado una serie de habilidades que les ayudan a conseguir los objetivos que se plantean. En primer lugar, la habilidad de observar a su público objetivo y adaptarse a él: rápidamente aprenden qué tienen que decir y cómo hacerlo en función del adulto que tengan delante. También aprenden que algunas tácticas no son eficaces: tal vez un berrinche en mitad de un centro comercial no sólo no consiga la obtención del juguete deseado, sino que puede acarrear un regaño.
Durante el transcurso de nuestra vida seguimos aprendiendo, desarrollando y mejorando nuestras diferentes técnicas de marketing en función de los objetivos y escenarios que nos plantea la vida. Así, aprendemos cómo hablar a un profesor para intentar mejorar una nota, cuándo y cómo hablar a nuestros padres para obtener un permiso, qué hacer para convencer a tus amigos a que se queden un poco más o cómo llamar la atención de una persona que nos interesa para una relación afectiva.
Muchas veces, cuando llegamos al ámbito laboral sentimos que no hemos desarrollado nunca herramientas de marketing, sin darnos cuenta de que ha estado presente en gran parte de nuestra vida. Y a veces nos cuesta hacer notar a los mandos superiores los logros que alcanzamos o los objetivos que cumplimos. Incluso, en el mismo nivel, encontramos a compañeros que son mejor valorados, consiguiendo menos objetivos. El problema no es sólo de los demás: muchas veces nosotros tampoco somos capaces de aplicar el marketing que hemos aprendido en nuestra vida, pensando que son ámbitos diferentes y que nadie nos ha enseñado a vender nuestra imagen.
Pero el conocimiento lo tenemos, lo hemos perfeccionado constantemente. El secreto, como siempre, está en tener plena confianza en el producto que tenemos y saber qué cualidades de ese producto pueden resultar interesantes para nuestro público objetivo. Si conseguimos encajar esos dos engranajes, el resto de la maquinaria funcionará perfectamente.